Paraíso (III)
Publicado originalmente el 14-03-2005 aqui
Menuda idea irme yo solo. Joder, anda que si les llega a pasar algo. Pero es que yo tampoco podía imaginarme que aquellos tíos... si es que escogí la habitación por lo que dijo Tele... anda que si llega a pasar algo.
- Si, estos por favor.
Estaba en unos grandes almacenes. En la mejor tienda. Vestido de cualquier manera, pagando en efectivo. El rey del mambo. La cajera me miraba. Yo sonreía y me hacía el interesante.
- Este, quiero este. La talla más pequeña.
Guiño a la cajera, que aparta la vista. Me gustan las tímidas. Es hora de despertar a mis escuderos. Vuelvo hacía el coche. El mercedes estaba en medio del parking, en un rincón oscuro. Tampoco quería que les vieran durmiendo en ropa interior en el coche. A ver si íbamos a tener follón. Entré y me senté delante. Puse las bolsas en el asiento del acompañante. Tele estaba sentado atrás, dormido con la cabeza apoyada al cristal y la boca abierta. Naranja estaba echada en el sillón con la cabeza apoyada en las piernas de Tele.
- Chicos, ¡hora de ponerse guapos! - Pegué un bocinazo.
Les lancé las bolsas encima para despertarles y arranqué el coche. Aún quedaba un rato hasta nuestro destino.
- Joder, ¿que haces? - Tele se despertó sobresaltado. - ¿Armani?
- No pienso vestirme de princesita... - Naranja había abierto su bolsa también.
- Tenéis que poneros guapos. El próximo es el Restaurante Paraíso. 5 Tenedores. - Me giré y les sonreí.
Era curioso como aquel camino me había hecho sentir distinto. Había encontrado dos amigos. Tenía con quien hablar. Y la esperanza de encontrarlo, de tener respuesta. Supongo que ellos buscaban lo mismo que yo. Un objetivo, un algo que alcanzar. Lo que no quería pensar es en qué pasaría al terminar. Ellos no saben lo que es, y no se si quiero que lo sepan. Yo empecé esto. Robé el coche y empecé a buscar. Pero supongo que no pensé en tener compañía, tuve miedo a decirles que no vinieran. Ahora ya era tarde, eramos un equipo. Pero seguía dudando por dentro. ¿Qué pasará cuando esto acabe?
- Aquí estamos, Restaurante El Paraíso. Bonito, ¿eh? - Naranja era mi copiloto.
- Precioso, voy a vomitar de la emoción. - Tele estaba bastante raro hoy...
- Acabemos rápido, tengo hambre, ¿tenéis alguna idea de como lo vamos a hacer? - Naranja se bajó del coche.
- Improvisaré algo. - Contesté.
El edificio parecía una mansión. Toda la planta baja estaba acristalada, y la superior tenía también ventanales, pero las cortinas no dejaban ver. Al contrario, en la baja se veían las decenas de mesas perfectamente colocadas. Un escuadrón de camareros se apostaban cada equis mesas cubriendo bien la zona. Era una maquinaria bien engrasada. El metre estaba en recepción con el típico libro de reservas. Había algún que otro sitio libre, así que supuse que nos dejarían sentarnos.
- Buenas tardes, mesa para tres, por favor.
- Ouí, monsieur. Sigame, pog favog.
Me encantaba el acento francés. Sobre todo en las francesas. Me gustan mucho las francesas. Aunque no creo que sea ni por su acento ni por francesas.
- ¿Que tienes pensado? - Preguntó Naranja al sentarnos en la mesa.
- Lo de siempre, enterarme de donde esta el jefe. - Contesté mientras estudiaba los alrededores de nuestra mesa.
- ¿Y crees que te lo van a decir por las buenas? - Tele me miró extrañado.
- Claro que no, ahí entra la improvisación.
- Monsieur, las cagtas. Les guecomiendo el pollo al´ast, c'est magnifique.
- Muy bien, pues eso tomaremos. Tres pollos y traigame una botella de su mejor vino.
- Ouí, monsieur. - Recogió las “cagtas” y se fue.
- En mi vida he comido ese pollo. - Dijo Tele.
- No creo que esta sea tampoco la ocasión. - Le contesté.
El camarero volvía con el vino. Al llegar saqué la cartera del bolsillo, la abrí y le dije:
- Soy el señor Django Voyeur, del A.A.I, Circulo de Críticos Culinarios. ¿Puedo preguntar donde esta el dueño?
- O-ouí, monsieur, el señog Villalba vive en la planta supeguiog. - El camarero se puso nervioso.
- Por favor, avisele de nuestra presencia tanto a el como al chef, que se esmere. - Me senté correctamente intentando parecer lo más estirado posible.
- Ouí, monsieur.
El camarero se fue dando con los tobillos en el culo mientras Naranja liberaba una carcajada que había intentado controlar y Tele me miraba con cara de mala leche.
- Joder, podías haber intentado que las siglas coincidiesen ¿no?
- Te dije que improvisaría, además, el francés este ni se entera seguro. - Me contagié de la risa de Naranja.
- Mira, a tus 7 hay unas escaleras. Seguro que por ahí aparecerá nuestro amigo. - Le dije a Tele. Este se giró sobre su hombro y miró. Asintió con la cabeza.
- El francés habrá ido a decirle que están aquí los “cguiticos” - Naranja se descojonaba de la risa.
Al final reíamos los tres. Empezamos a hablar de cosas que nos habían pasado en restaurantes, de cenas con compañeros de clase, de banquetes de bodas de auténticos desconocidos, hasta que el camarero llegó ayudado por otros dos individuos, con nuestra comida.
- Monsieur, tgues pollos al'ast. Lamento infogmagle de que el señog Villalba no podga atendegles debido a que no han pedido cita pgueviamente.
El gabacho se fue, y detrás los otros dos camareros.
- Mierda, ese cabrón no viene. Tendremos que llamar más la atención. - Pensé en voz alta...
- ¡Chst! ¡Camarero! - Chasqueé los dedos cómo jode que te lo hagan.
El francés vino lanzado a la mesa, no se si por quien había dicho que era, o por haberle llamado camarero con lo culofino que era.
- ¿Esto que es? - Pregunté señalando al plato.
- Pollo al'ast, monsieur. - Contesto sin vacilar.
- No. Esto es polla.
- ¿Como?
- ¡Qué ese chef incompetente me ha puesto polla en lugar de pollo como usted me ha dicho! - Grité. El resto del restaurante volvió la mirada hacia nosotros.
- ¡Menuda falta de respeto! - Gritó Tele. - ¡Qué vergüenza!
- Disculpen, disculpen, enseguida tgaegue al chef. Pog favog, no alcen la voz. - Se fue otra vez dando con los tobillos en el culo.
De nuevo empezamos a descojonarnos, hasta que apareció él. El chef era EL chef. Dos metros y doscientos kilos de cocinero vasco, seguramente antes había sido aizkolari o algo por el estilo. Nada más verlo estaba seguro de que el mataba con las manos a los pollos, las vacas y lo que hiciera falta. Se acercó a nosotros y me espetó amenazador:
- ¿Qué tontería es esa de la polla ni la polla ni que hostias? - Tragué saliva y conteste.
- El camarero me ha dicho pollo al'ast, y esto es polla. Quiero un pollo como dios manda.
- No. Tu te vas a comer el pollo y vas a decir que esta muy bueno sea pollo o sea polla. - El cabrón del cocinero tenía los huevos bien puestos.
- No. Tu me vas a traer un pollo y te vas a meter la polla por donde te quepa. - aquí note que se le encendía la mirada.
- Mecagoenlahostia sino te estampo de un gañafazo. O te comes la polla o el pollo o lo que hostia sea o te saco de aquí a patadas en los huevos.
El restaurante en pleno nos miraba atónito. Estábamos en un callejón sin salida. El gañán del vasco nos iba a partir la cara y aun encima nos íbamos sin ver al jefe, así que volví a improvisar. Me subí a la mesa...
- Damas y caballeros, soy Django Engarde del D.T.G., Agencia de Control de Enfermedades. Este restaurante esta contaminado por un brote de la bacteria tactorectalis. No es grave hasta que empiezan los vómitos de sangre, así que por favor dirijanse al hospital mas cercano en orden y manteniendo la calma.
Las hostias empezaron en menos de lo que canta una polla, digo un gallo. La gente se abalanzaba sobre las puertas de cristal mientras los camareros intentaban cerrarles el paso, allí ni dios había pagado las púas. El gordo vasco se unió a la fiesta dando mamporrazos a las mesas y mandando sentarse a todo el mundo, incluido a mi que me bajo de la mesa de un tirón de la corbata.
- Ve ahora, a las escaleras, corre. - Tele me levanto del suelo con el brazo y me empujó hacia las escaleras. Mientras corría hacia allí le vi subirse en una de las mesas.
- No más de grupos de cuatro por favor, ¡y no se toquen unos a otros que salen llagas y joden que no veas! - Lo que multiplicó los empujones y el caos.
Subí las escaleras, una puerta. Estaba abierta, menos mal. Entre en el pasillo adornado con varios cuadros. Había dos puertas, una grande que debía guardar la casa y otra pequeña, el despacho sin duda. En el hilo musical Blue Velvet. Que temazo. El tal Bobby Vinton debía de ser un autentico fiera con las chicas. Cogí una rosa de un jarrón, la olí y crucé el pasillo bailando y cantando cuan mariposón ensimismado en la canción...
- She wants bluuuuuuue veeeeeeeelvet. - La rosa y yo llegamos a la puerta. La abrí.
Desde dentro me miraron dos ojos azules inmensos. Estaba sentada detrás de un escritorio con mil papeles. Una coleta y unas gafas apoyadas en la nariz completaban el ángel. Me miró sobre las gafas.
- ¿Quien eres? ¿El crítico culinario?
- Más o menos.
- Le dije a Jean que no te dejará subir.
- Y el me dijo a mi que eras un señor.
- El señor es mi padre. ¿Y se puede saber que quieres tu?
Dos espejos de agua encerrada en cristal, una infinidad que al enfrentarla solo me hacía desear abrirme el pecho, desangrarme y morir allí. Apenas podía articular palabra, apenas podía pensar en lugar de mirarla.
- Creo que lo único que quiero ahora mismo es casarme contigo.
- Muy bonito, pero poco profesional. ¿Tu no eres critico verdad?
- Y tu no eres de este planeta, ¿verdad?
- Jajaja, vale, muy adulador. ¿Vienes a repartir algo o algo así?
Seguía hipnotizado. ¿Por qué los ángeles eran tan bonitos? ¿Por qué la mera visión de algo tan precioso podía hacerme sentir tan extraño? Olvidar el viejo todo y pensar en un nuevo todo con ella.
- Mira, lo siento pero tengo que trabajar. Te cambio una tarjeta de cortesía por que te vayas.
- Y yo te cambio una rosa por un beso.
- Pues como no la fabriques...
Levante la mano. Se quedó atónita. Puse la flor en la mesa. Y me acerque a ella. Oí sirenas de policía. Mierda. Salí corriendo por donde había venido. Vi a Tele y Naranja.
- ¡Por aquí! - gritó Naranja.
Habían roto una luna y salimos por el hueco.
- ¿Llevas carmín en la boca? - se fijó Naranja.
- No se.
Corrimos, subimos al coche y aceleré.
- ¿Era él? - Pregunto Tele.
- Era ella... - Contesté.
- ¿Lo encontraste entonces? - Naranja se puso entre los dos asientos delanteros.
- No. Era una chica. - Musite.
- ¿Entonces? - Insistió el.
- Entonces tengo que deciros una cosa. Este era el último. No hay más “Paraísos” en la lista.
- ¿Qué? - Dijeron al unisono.
- Se acabó.
(Continuará)
Menuda idea irme yo solo. Joder, anda que si les llega a pasar algo. Pero es que yo tampoco podía imaginarme que aquellos tíos... si es que escogí la habitación por lo que dijo Tele... anda que si llega a pasar algo.
- Si, estos por favor.
Estaba en unos grandes almacenes. En la mejor tienda. Vestido de cualquier manera, pagando en efectivo. El rey del mambo. La cajera me miraba. Yo sonreía y me hacía el interesante.
- Este, quiero este. La talla más pequeña.
Guiño a la cajera, que aparta la vista. Me gustan las tímidas. Es hora de despertar a mis escuderos. Vuelvo hacía el coche. El mercedes estaba en medio del parking, en un rincón oscuro. Tampoco quería que les vieran durmiendo en ropa interior en el coche. A ver si íbamos a tener follón. Entré y me senté delante. Puse las bolsas en el asiento del acompañante. Tele estaba sentado atrás, dormido con la cabeza apoyada al cristal y la boca abierta. Naranja estaba echada en el sillón con la cabeza apoyada en las piernas de Tele.
- Chicos, ¡hora de ponerse guapos! - Pegué un bocinazo.
Les lancé las bolsas encima para despertarles y arranqué el coche. Aún quedaba un rato hasta nuestro destino.
- Joder, ¿que haces? - Tele se despertó sobresaltado. - ¿Armani?
- No pienso vestirme de princesita... - Naranja había abierto su bolsa también.
- Tenéis que poneros guapos. El próximo es el Restaurante Paraíso. 5 Tenedores. - Me giré y les sonreí.
Era curioso como aquel camino me había hecho sentir distinto. Había encontrado dos amigos. Tenía con quien hablar. Y la esperanza de encontrarlo, de tener respuesta. Supongo que ellos buscaban lo mismo que yo. Un objetivo, un algo que alcanzar. Lo que no quería pensar es en qué pasaría al terminar. Ellos no saben lo que es, y no se si quiero que lo sepan. Yo empecé esto. Robé el coche y empecé a buscar. Pero supongo que no pensé en tener compañía, tuve miedo a decirles que no vinieran. Ahora ya era tarde, eramos un equipo. Pero seguía dudando por dentro. ¿Qué pasará cuando esto acabe?
- Aquí estamos, Restaurante El Paraíso. Bonito, ¿eh? - Naranja era mi copiloto.
- Precioso, voy a vomitar de la emoción. - Tele estaba bastante raro hoy...
- Acabemos rápido, tengo hambre, ¿tenéis alguna idea de como lo vamos a hacer? - Naranja se bajó del coche.
- Improvisaré algo. - Contesté.
El edificio parecía una mansión. Toda la planta baja estaba acristalada, y la superior tenía también ventanales, pero las cortinas no dejaban ver. Al contrario, en la baja se veían las decenas de mesas perfectamente colocadas. Un escuadrón de camareros se apostaban cada equis mesas cubriendo bien la zona. Era una maquinaria bien engrasada. El metre estaba en recepción con el típico libro de reservas. Había algún que otro sitio libre, así que supuse que nos dejarían sentarnos.
- Buenas tardes, mesa para tres, por favor.
- Ouí, monsieur. Sigame, pog favog.
Me encantaba el acento francés. Sobre todo en las francesas. Me gustan mucho las francesas. Aunque no creo que sea ni por su acento ni por francesas.
- ¿Que tienes pensado? - Preguntó Naranja al sentarnos en la mesa.
- Lo de siempre, enterarme de donde esta el jefe. - Contesté mientras estudiaba los alrededores de nuestra mesa.
- ¿Y crees que te lo van a decir por las buenas? - Tele me miró extrañado.
- Claro que no, ahí entra la improvisación.
- Monsieur, las cagtas. Les guecomiendo el pollo al´ast, c'est magnifique.
- Muy bien, pues eso tomaremos. Tres pollos y traigame una botella de su mejor vino.
- Ouí, monsieur. - Recogió las “cagtas” y se fue.
- En mi vida he comido ese pollo. - Dijo Tele.
- No creo que esta sea tampoco la ocasión. - Le contesté.
El camarero volvía con el vino. Al llegar saqué la cartera del bolsillo, la abrí y le dije:
- Soy el señor Django Voyeur, del A.A.I, Circulo de Críticos Culinarios. ¿Puedo preguntar donde esta el dueño?
- O-ouí, monsieur, el señog Villalba vive en la planta supeguiog. - El camarero se puso nervioso.
- Por favor, avisele de nuestra presencia tanto a el como al chef, que se esmere. - Me senté correctamente intentando parecer lo más estirado posible.
- Ouí, monsieur.
El camarero se fue dando con los tobillos en el culo mientras Naranja liberaba una carcajada que había intentado controlar y Tele me miraba con cara de mala leche.
- Joder, podías haber intentado que las siglas coincidiesen ¿no?
- Te dije que improvisaría, además, el francés este ni se entera seguro. - Me contagié de la risa de Naranja.
- Mira, a tus 7 hay unas escaleras. Seguro que por ahí aparecerá nuestro amigo. - Le dije a Tele. Este se giró sobre su hombro y miró. Asintió con la cabeza.
- El francés habrá ido a decirle que están aquí los “cguiticos” - Naranja se descojonaba de la risa.
Al final reíamos los tres. Empezamos a hablar de cosas que nos habían pasado en restaurantes, de cenas con compañeros de clase, de banquetes de bodas de auténticos desconocidos, hasta que el camarero llegó ayudado por otros dos individuos, con nuestra comida.
- Monsieur, tgues pollos al'ast. Lamento infogmagle de que el señog Villalba no podga atendegles debido a que no han pedido cita pgueviamente.
El gabacho se fue, y detrás los otros dos camareros.
- Mierda, ese cabrón no viene. Tendremos que llamar más la atención. - Pensé en voz alta...
- ¡Chst! ¡Camarero! - Chasqueé los dedos cómo jode que te lo hagan.
El francés vino lanzado a la mesa, no se si por quien había dicho que era, o por haberle llamado camarero con lo culofino que era.
- ¿Esto que es? - Pregunté señalando al plato.
- Pollo al'ast, monsieur. - Contesto sin vacilar.
- No. Esto es polla.
- ¿Como?
- ¡Qué ese chef incompetente me ha puesto polla en lugar de pollo como usted me ha dicho! - Grité. El resto del restaurante volvió la mirada hacia nosotros.
- ¡Menuda falta de respeto! - Gritó Tele. - ¡Qué vergüenza!
- Disculpen, disculpen, enseguida tgaegue al chef. Pog favog, no alcen la voz. - Se fue otra vez dando con los tobillos en el culo.
De nuevo empezamos a descojonarnos, hasta que apareció él. El chef era EL chef. Dos metros y doscientos kilos de cocinero vasco, seguramente antes había sido aizkolari o algo por el estilo. Nada más verlo estaba seguro de que el mataba con las manos a los pollos, las vacas y lo que hiciera falta. Se acercó a nosotros y me espetó amenazador:
- ¿Qué tontería es esa de la polla ni la polla ni que hostias? - Tragué saliva y conteste.
- El camarero me ha dicho pollo al'ast, y esto es polla. Quiero un pollo como dios manda.
- No. Tu te vas a comer el pollo y vas a decir que esta muy bueno sea pollo o sea polla. - El cabrón del cocinero tenía los huevos bien puestos.
- No. Tu me vas a traer un pollo y te vas a meter la polla por donde te quepa. - aquí note que se le encendía la mirada.
- Mecagoenlahostia sino te estampo de un gañafazo. O te comes la polla o el pollo o lo que hostia sea o te saco de aquí a patadas en los huevos.
El restaurante en pleno nos miraba atónito. Estábamos en un callejón sin salida. El gañán del vasco nos iba a partir la cara y aun encima nos íbamos sin ver al jefe, así que volví a improvisar. Me subí a la mesa...
- Damas y caballeros, soy Django Engarde del D.T.G., Agencia de Control de Enfermedades. Este restaurante esta contaminado por un brote de la bacteria tactorectalis. No es grave hasta que empiezan los vómitos de sangre, así que por favor dirijanse al hospital mas cercano en orden y manteniendo la calma.
Las hostias empezaron en menos de lo que canta una polla, digo un gallo. La gente se abalanzaba sobre las puertas de cristal mientras los camareros intentaban cerrarles el paso, allí ni dios había pagado las púas. El gordo vasco se unió a la fiesta dando mamporrazos a las mesas y mandando sentarse a todo el mundo, incluido a mi que me bajo de la mesa de un tirón de la corbata.
- Ve ahora, a las escaleras, corre. - Tele me levanto del suelo con el brazo y me empujó hacia las escaleras. Mientras corría hacia allí le vi subirse en una de las mesas.
- No más de grupos de cuatro por favor, ¡y no se toquen unos a otros que salen llagas y joden que no veas! - Lo que multiplicó los empujones y el caos.
Subí las escaleras, una puerta. Estaba abierta, menos mal. Entre en el pasillo adornado con varios cuadros. Había dos puertas, una grande que debía guardar la casa y otra pequeña, el despacho sin duda. En el hilo musical Blue Velvet. Que temazo. El tal Bobby Vinton debía de ser un autentico fiera con las chicas. Cogí una rosa de un jarrón, la olí y crucé el pasillo bailando y cantando cuan mariposón ensimismado en la canción...
- She wants bluuuuuuue veeeeeeeelvet. - La rosa y yo llegamos a la puerta. La abrí.
Desde dentro me miraron dos ojos azules inmensos. Estaba sentada detrás de un escritorio con mil papeles. Una coleta y unas gafas apoyadas en la nariz completaban el ángel. Me miró sobre las gafas.
- ¿Quien eres? ¿El crítico culinario?
- Más o menos.
- Le dije a Jean que no te dejará subir.
- Y el me dijo a mi que eras un señor.
- El señor es mi padre. ¿Y se puede saber que quieres tu?
Dos espejos de agua encerrada en cristal, una infinidad que al enfrentarla solo me hacía desear abrirme el pecho, desangrarme y morir allí. Apenas podía articular palabra, apenas podía pensar en lugar de mirarla.
- Creo que lo único que quiero ahora mismo es casarme contigo.
- Muy bonito, pero poco profesional. ¿Tu no eres critico verdad?
- Y tu no eres de este planeta, ¿verdad?
- Jajaja, vale, muy adulador. ¿Vienes a repartir algo o algo así?
Seguía hipnotizado. ¿Por qué los ángeles eran tan bonitos? ¿Por qué la mera visión de algo tan precioso podía hacerme sentir tan extraño? Olvidar el viejo todo y pensar en un nuevo todo con ella.
- Mira, lo siento pero tengo que trabajar. Te cambio una tarjeta de cortesía por que te vayas.
- Y yo te cambio una rosa por un beso.
- Pues como no la fabriques...
Levante la mano. Se quedó atónita. Puse la flor en la mesa. Y me acerque a ella. Oí sirenas de policía. Mierda. Salí corriendo por donde había venido. Vi a Tele y Naranja.
- ¡Por aquí! - gritó Naranja.
Habían roto una luna y salimos por el hueco.
- ¿Llevas carmín en la boca? - se fijó Naranja.
- No se.
Corrimos, subimos al coche y aceleré.
- ¿Era él? - Pregunto Tele.
- Era ella... - Contesté.
- ¿Lo encontraste entonces? - Naranja se puso entre los dos asientos delanteros.
- No. Era una chica. - Musite.
- ¿Entonces? - Insistió el.
- Entonces tengo que deciros una cosa. Este era el último. No hay más “Paraísos” en la lista.
- ¿Qué? - Dijeron al unisono.
- Se acabó.
(Continuará)


0 Comments:
Post a Comment
<< Home